EL GRECO

EL GRECO

martes, 11 de febrero de 2014

EL GRECO Y LA LITERATURA




 EL GRECO(MANUEL MACHADO)

Este desconocido es un cristiano
de serio porte y negra vestidura,
donde brilla no más la empuñadura,
de su admirable estoque toledano.

Severa faz de palidez de lirio
El caballero de la mano en el pecho
El Greco, hacia 1578-80
Óleo sobre lienzo • Manierismo
81,8 cm × 65,8 cm
Museo del Prado











surge de la golilla escarolada,
por la luz interior, iluminada,
de un macilento y religioso cirio.

Aunque sólo de Dios temores sabe,
porque el vitando hervor no le apasione
del mundano placer perecedero,

en un gesto piadoso, y noble, y grave,
la mano abierta sobre el pecho pone,
como una disciplina, el caballero.
(Manuel Machado) (1874-1942)




EPITAFIO PARA EL GRECO.- (De Luis de Góngora).

Esta en forma elegante, oh peregrino,
de pórfido luciente dura llave
el pincel niega al mundo más süave,
que dio espíritu a leño, vida a lino.
Su nombre, aun de mayor aliento dino
que en los clarines de la Fama cabe,
el campo ilustra de ese mármol grave;
venéralo y prosigue tu camino.
Yace el Griego. Heredó Naturaleza
Arte, y el Arte, estudio. Iris, colores.
Febo, luces (si no sombras, Morfeo).

Tanta urna, a pesar de su dureza,
lágrimas beba, y cuantos suda olores
corteza funeral de árbol sabeo.





ROMANCE 131 DE LAS RIMAS SACRAS(DE LOPE DE VEGA)


Cuelgan racimos de ángeles que enrizan
la pluma al sol en arcos soberanos;
humillan nubes promontorios canos,
y de aljófar la tierra fertilizan.
Desde el Cielo a Toledo se entapizan
los aires de celestes cortesanos,
con lirios y azucenas en las manos
que la dorada senda aromatizan.
Baja la Virgen, que bajó del Cielo
al mismo Dios; pero si a Dios María,
hoy a María de Ildefonso el celo.
Y como en Pan angélico asistía
Dios en su iglesia, el Cielo vio que el suelo
ventaja por entonces le tenía. 
 (Vega Carpio 2006: 204–206)




Cernuda, Paravicino y El Greco:
menage à trois

Divino griego, de tu obrar no admira
que en la imagen exceda al ser el arte,
sino que della el cielo, por templarte,
la vida deuda a tu pincel retira.
No el sol sus rayos por su esfera gira
como en tus lienzos, basta el empeñarte
en amagos de Dios, entre a la parte
naturaleza, que vencerse mira.
Émulo de Prometeo en un retrato,
no afectes lumbre, el hurto vital deja,
que hasta mi alma a tanto ser ayuda.
Y contra veintinueve años de trato,
entre tu mano, y la de Dios, perpleja,
cuál es el cuerpo en que ha de vivir duda

“Retrato de poeta”
(Fray H. F. Paravicino, por El Greco)
A Ramón Gaya
¿También tú aquí, hermano, amigo,
Maestro, en este limbo? ¿Quién te trajo,
Locura de los nuestros, que es la nuestra,
Como a mí? ¿O codicia, vendiendo el patrimonio
No ganado, sino heredado, de aquellos que no saben
Quererlo? Tú no puedes hablarme, y yo apenas
Si puedo hablar. Mas tus ojos me miran
Como si a ver un pensamiento me llamaran.
Y pienso. Estás mirando allá. Asistes
Al tiempo aquel parado, a lo que era
En el momento aquel, cuando el pintor termina
Y te deja mirando quietamente tu mundo
A la ventana: aquel paisaje bronco
De rocas y encinas, verde todo y moreno,
En azul contrastado a la distancia,
De un contorno tan neto que parece triste.
Aquella tierra estás mirando, la ciudad aquella,
La gente aquella. El brillante revuelo
Miras de terciopelo y seda, de metales
Y esmaltes, de plumajes y blondas.
Con su estremecimiento, su palpitar humano
Que agita el aire como ala enloquecida
De mediodía. Por eso tu mirada
Está mirando así, nostálgica, indulgente.
El instinto te dice que ese vivir soberbio
Levanta la palabra. La palabra es más plena
Ahí, más rica, y fulge igual que otros joyeles,
Otras espadas, al cruzar sus destellos y sus filos
En el campo teñido de poniente y de sangre,
En la noche encendida, al compás del sarao
O del rezo en la nave. Esa palabra, de la cual tú conoces,
Por el verso y la plática, su poder y su hechizo.
Esa palabra de ti amada, sometiendo
A la encumbrada muchedumbre, le recuerda
Cómo va nuestra fe hacia las cosas
Ya no vistas afuera con los ojos,
Aunque dentro las ven tan claras nuestras almas;
Las cosas mismas que sostienen tu vida,
Como la tierra aquella, sus encinas, sus rocas,
Que estás ahí mirando quietamente.
Yo no las veo ya, y apenas si ahora escucho,
Gracias a ti, su dejo adormecido
Queriendo resurgir, buscando el aire
Otra vez. En los nidos de antaño
No hay pájaros, amigo. Ahí perdona y comprende;
Tan caídos estamos que ni la fe nos queda.
Me miras, y tus labios, con pausa reflexiva,
Devoran silenciosos las palabras amargas.
Dime. Dime. No esas cosas amargas, las sutiles,
Hondas, afectuosas, que mi oído
Jamás escucha. Como concha vacía,
Mi oído guarda largamente la nostalgia
De su mundo extinguido. Yo aquí solo,
Aun más que lo estás tú, mi hermano y mi maestro,
Mi ausencia en esa tuya busca acorde,
Como ola en la ola. Dime, amigo.
¿Recuerdas? ¿En qué miedos el acento
Armonioso habéis dejado? ¿Lo recuerdas?
Aquel pájaro tuyo adolecía
De esta misma pasión que aquí me trae
Frente a ti. Y aunque yo estoy atado
A prisión menos pía que la suya,
Aún me solicita el viento, el viento
Nuestro, que animó nuestras palabras.
Amigo, amigo, no me hablas. Quietamente
Sentado ahí, en dejadez airosa,
La mano delicada marcando con un dedo
El pasaje en el libro, erguido como a escucha
Del coloquio un momento interrumpido,
Miras tu mundo y en tu mundo vives.
Tú no sufres ausencia, no la sientes;
Pero por ti y por mí sintiendo, la deploro.

El norte nos devora, presos de esta tierra,
La fortaleza del fastidio atareado,
Por donde sólo van sombras de hombres,
Y entre ellas mi sombra, aunque ésta en ocio,
Y en su ocio conoce más la burla amarga
De nuestra suerte. Tú viviste tu día,
Y en él, con otra vida que el pintor te infunde,
Existes hoy. Yo ¿estoy viviendo el mío?
¿Yo? El instrumento, dulce y animado,
Un eco aquí de las tristezas nuestras.
(LUIS CERNUDA 1950 )

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